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PUNTADA CON HILO, COMUNICACIÓN DE MUJERES, fue un periódico en papel que circuló en los años '90. Nos definimos feministas y "con perspectiva de clase".

Salíamos mensualmente en todo chile, también llegábamos a otros países latinoamericanos. A organizaciones de base, tanto de mujeres como mixtas, llegábamos sin costo alguno o hacíamos un trato: una sola suscripción a cambio de varios ejemplares cada mes. Las ONGs e instituciones en cambio debían pagar sus suscripciones completas.

PUNTADA CON HILO se destacaba por un lenguaje directo, cercano, claro y por manejar como sus fuentes primarias los testimonios de las propias mujeres, sus experiencias, sus formas de evaluar los acontecimientos políticos y sociales, sus denuncias, sus ideas y elaboraciones políticas y culturales. Las "autoridades" en diversas materias, no pasaban de ser un apoyo secundario -tal como las estadísticas e informes oficiales-.

Denunciamos la falsedad de la llamada "vuelta a la democracia", las manipulaciones de los partidos políticos, rechazamos la instrumentalización de la lucha popular que hicieron -y hacen- la mayoría de las ONGs e instituciones -con honrosas excepciones-. Destacamos el feminismo popular, la mirada de clase y nos esforzamos por no caer en la sobreideología que daña -desde nuestra perspectiva- las luchas sociales. Hablamos mucho desde lo íntimo y desde los procesos que hacemos las mujeres en lo personal que es lo que realmente -estamos seguras- construye lo político cuando hay organización.

lunes, 1 de octubre de 2012

MÉXICO: EL MIEDO (LYDIA CACHO)


(Foto tomada de BTI Baradero Te Informa)


EL MIEDO EN MÉXICO
x Lydia Cacho
  
Me pregunta una adolescente que cómo se vive el miedo en México.
Hace unos meses viajé a Tamaulipas para hacer entrevistas. Llegué a casa de Laida, y la sorpresa fue mayúscula, ella había reunido a un grupo de nueve señoras para que me contasen cómo viven el miedo en México; varias de ellas han perdido hijos e hijas en los últimos años. Ya mis colegas locales me habían advertido que sería muy complicado entrevistar a la gente en Tamaulipas, en particular porque se conoce mi trabajo periodístico por evidenciar a redes de tratantes y delincuencia organizada. Lo que sucedió después de la entrevista fue conmovedor. El grupo de mujeres ya había preparado un plan de seguridad (como hacen entre ellas para moverse con sus familias). Divididas en dos autos y con radios –con la cautela propia de un comando militar que sabe que corre peligro–, pero con sonrisas y charla amena, las mujeres me llevaron hasta un lugar seguro. El miedo, me dijeron, es como la conciencia, debes saber que lo tienes, escucharlo siempre y seguir tu intuición. La intuición para proteger a los tuyos nunca falla, dijo Adela.
Después de haber presenciado el exterminio de los suyos en la masacre de Acteal, Chiapas, Margarita decidió quitarse el miedo y el dolor que llevaba a cuestas construyendo, con sus propias manos, una tiendita hecha con tablones de pino a la vera de la carretera, a unos metros de donde fueron masacrados sus familiares. Miro la fotografía en la que estoy parada a su lado, su rostro de joven aniñada y la mirada de duelo contrastan con la fortaleza y donaire de su cuerpo. Le pregunté a qué le tenía miedo; a no tener trabajo y comida para mis sobrinos que ahora quedaron huérfanos, respondió sin vacilar. Ella no le teme a la muerte, dice que es su compañera de viaje en las montañas.

Esther Chávez Cano, la madre del activismo contra los feminicidios en Ciudad Juárez, Chihuahua, me dijo hace más de una década, cuando fui a entrevistarla a su albergue para niñas y mujeres, que lo que más temía era perder la esperanza de que su trabajo fuese útil para la comunidad. La esperanza, dijo la mujer de cuerpo pequeño y alma inmensa, es una vela en la oscuridad y todos los días miro a las sobrevivientes que me recuerdan que la vela debe permanecer encendida a toda costa, por todas las mexicanas.
Alicia Leal, la fundadora del primer refugio de alta seguridad para mujeres maltratadas en Nuevo León, luego de recibir una amenaza de muerte que incluía un terrible daño a sus hijas, me dijo con su mirada azul de mar y la sonrisa auténtica como sus convicciones, que el miedo la había convertido en una estratega del cuidado propio y ajeno, en una buscadora de tácticas para hallar la felicidad. Además, explicó esta norteña fuerte y dulce, el miedo me ha enseñado a doblarme para no quebrarme.
A Ramira unos tratantes le robaron a sus dos hijas en la sierra de Oaxaca y la autoridad ignoró sus súplicas. Su marido la maltrataba y ella denunció violencia intrafamiliar. La autoridad la ignoró. La entrevisté en un albergue para mujeres, me dijo que ella no dejaba entrar el miedo a su corazón porque sólo así podía rezar cada noche para mandar oraciones a sus hijas, para que ellas supieran que las estaba buscando y las salvaría. El miedo se lo regalé a la virgen, me dijo. ¿Y la virgen te lo aceptó?, le pregunté. Sí, ella siempre se arrima los miedos de todas las madres que lloran por sus hijos.
En latín el miedo es metus, una alteración del ánimo que produce angustia ante el peligro o la posibilidad de sufrir algún daño. El secreto de millones de personas que lo viven cada día en México radica en lo que deciden hacer con esa angustia. Hay quienes convierten su miedo en pánico y resentimiento; hay quienes, para fortuna de mi patria, hacen del miedo consejero para proteger a su comunidad, para unirse, para transformar o erradicar aquello que lo produce.
El escritor Eduardo Galeano dice que el reto es atravesar las pruebas de la violencia y el dolor con la ternura invicta.
Ahora sé que vivir el miedo en soledad resulta devastador. Releo las palabras de Ashley Montagu: “La única forma de aprender a amar es siendo amado. La única forma de aprender a odiar es siendo odiado”. México sobrevive porque por cada persona que odia hay mil que aman incondicionalmente, que se solidarizan sin pedir permiso, que arropan sin preguntar, que se rebelan por la dignidad y no por el poder. Millones que van contra la guerra haciendo la paz a pesar de la ignominia de la guerra y la muerte.
El miedo, para mi, es como un perro bravo. Lo tienes que domesticar para que huela el peligro, amarrar para que no se desboque, usar como guía en el camino cuando cae la noche. Permitirle que duerma a tu lado como fiel testigo de la realidad. Hasta que algún día ya nadie sienta temor y el perro, ya manso, sepa que la libertad está de fiesta.
@lydiacachosi

(Texto enviado por lamashi) 

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