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PUNTADA CON HILO, COMUNICACIÓN DE MUJERES, fue un periódico en papel que circuló en los años '90. Nos definimos feministas y "con perspectiva de clase".

Salíamos mensualmente en todo chile, también llegábamos a otros países latinoamericanos. A organizaciones de base, tanto de mujeres como mixtas, llegábamos sin costo alguno o hacíamos un trato: una sola suscripción a cambio de varios ejemplares cada mes. Las ONGs e instituciones en cambio debían pagar sus suscripciones completas.

PUNTADA CON HILO se destacaba por un lenguaje directo, cercano, claro y por manejar como sus fuentes primarias los testimonios de las propias mujeres, sus experiencias, sus formas de evaluar los acontecimientos políticos y sociales, sus denuncias, sus ideas y elaboraciones políticas y culturales. Las "autoridades" en diversas materias, no pasaban de ser un apoyo secundario -tal como las estadísticas e informes oficiales-.

Denunciamos la falsedad de la llamada "vuelta a la democracia", las manipulaciones de los partidos políticos, rechazamos la instrumentalización de la lucha popular que hicieron -y hacen- la mayoría de las ONGs e instituciones -con honrosas excepciones-. Destacamos el feminismo popular, la mirada de clase y nos esforzamos por no caer en la sobreideología que daña -desde nuestra perspectiva- las luchas sociales. Hablamos mucho desde lo íntimo y desde los procesos que hacemos las mujeres en lo personal que es lo que realmente -estamos seguras- construye lo político cuando hay organización.

miércoles, 25 de diciembre de 2013

CUENTO DOCUMENTAL (VERÓNICA QUENSE)




Miércoles (Cuento Documental)
X Verónica Quense/ G80 (Movimiento Generación 80)



Se quedaba hasta última hora en la sala intentando detener los pocos minutos que faltaban para las cuatro. El  reloj de la pared seguía moviendo el minutero a pesar de su intensa y  fija mirada. Eran ojos que lanzaban toda la fuerza de su imaginación  pero que no lograban atajar los instantes que sin remedio la llevarían al final.

Sonó chillón el timbre. Horrísono. Saltó de la silla. Se le humedecieron los ojos y tuvo que abrirlos mucho para que las lagrimas no cayeran. De su secreto dependía la vida de la hermana pequeña. Si se portaban bien ella y su hermana mayor, a la pequeña no la tocaría. Pero no le creían y se turnaban para nunca dejarla sola. Las ganas de llorar debían diluirse en su voluntad de no hacerlo. Nadie debía preguntarle y así no tendría que mentir. Las mentirosas se van al infierno recalcaba el pastor y su madre. El padre con látigo en mano lo subrayaba, aunque fuera el mas mentiroso de los hombres del mundo.

El mas mentiroso de los hombres del mundo, los días miércoles vigilaba la salida de la escuela de niñas desde la plaza del frente. La esperaba. Leía la biblia y la esperaba.

El bullicio alegre de sus compañeras la cubría como una manta caliente, mientras guardaba lentamente, en su viejo y descamado bolsón de cuero café, cuadernos muy bien cuidados, pequeños lápices de madera carcomidos en las puntas, una bolsa pegoteada con dulce de membrillo y pedazos de pan seco, un par de forros de cuaderno plásticos, que los pegaría con la plancha caliente, la novela sobre un hombre que vivía arriba de los árboles y que se lo prestó don Elías, padre de una compañera que tenía cientos de libros sobre unas estanterías de tablas guateadas. Te presto los que quieras solo que debes devolvérmelos. Y lo hacia porque leer era la única salida a ese rigor de vigilancia carcelaria. Su madre no las dejaba cerrar la puerta de la pieza e inspeccionaba atenta que hicieran las tareas y estudiaran. Ella metía el libro dentro de cualquier texto escolar porque si las pillaban leyendo algún escrito que no fuera la biblia, tendrían que vérselas con el  padre. Huir lo antes posible de esa pesadilla, con sus dos hermanas, era el principal pensamiento que la ocupaba. Sus compañeras no vivían así. Tenia once años y su hermana trece y no lograban ver la forma de escapar sin que él las encontrara tarde o temprano. Y en castigo podría matarlas. Dios ve todo lo que hacen sus hijos aquí en la tierra. Todo.

El silencio cayo pesadamente en la sala y salió. Tenía frío.

Recorrio el corredor del segundo piso  mirándose los zapatos negros brillantemente lustrados. Recordó que esa mañana sus manos le temblaban mientras pasaba el cepillo por ellos y se decía a sí misma que hoy es miércoles, que hoy es miércoles. Algunas salas estaban aún con la puerta abierta. Una profesora revisaba un libro de clases. Le dolía  un pie. Tenía hinchado el tobillo.

Bajó la escalera rayada de tiza y corazones: A y J . Pensó que A  podía ser la Andrea que estaba enamorada de un Juan de la escuela industrial. Se juntaban en la plaza Bogotá. Solo sabía de oídas las aventuras de sus amigas. Ni ella ni sus hermanas podrían jamás ir a  jugar a una plaza, menos ir a una fiesta. Ni siquiera a los cumpleaños de sus primos. Solo cuando pasaron mas de 30 años dedujo el por qué era menester estar aisladas. Podrían hablar demás.

Atravesó paso a paso el tierral del último patio y llegó al pasillo  que llevaba a la puerta de salida. Se desvió hacia el primer patio. Llegó hasta un árbol, sacó la novela del bolsón y se alzó sobre la punta de sus pies. Lo depositó en un espacio oculto entre sus ramas y allí permanecieron esperándola los bosques europeos de la edad media. Luego volvió al pasillo central. Sus piernas flacas y tiritonas respondían inseguras como si quisieran doblarse y hacerla caer al suelo. Era la última en cruzar el portón de salida y palabras calladitas hablaban en la soledad de su pequeña existencia: podría ser que alguna bruja en una escoba voladora, la tomara de la mano y la llevara por los aires hacia las altas montañas y la dejara caer en Argentina para luego ir a buscar a sus  hermanas. Dio una mirada al cielo.

Al verla de pie en el rellano y mirando hacia arriba, el mas mentiroso de los hombres del mundo se levantó del escaño y caminó hacia ella. Por qué te demoraste tanto. Le besó la mejilla al borde de
la boca. Tuve que terminar un trabajo. Le sacó el bolsón del hombro para parecer el mejor de los padres y partió caminando delante. Ella se pasa mil veces la mano por la boca intentando borrar ese instante. Mira su bolsón colgándole de la mano derecha. Lo revisará meticulosamente buscando algo. Camina tras él a un paso de distancia mirándole los zapatos negros y limpísimos he intentando no pisar las rayas que separan los pastelones de la vereda, porque podía pasar que si lo lograba, un ataque al corazón lo dejaría muerto ahí mismo. O un auto podía subirse a la vereda y atropellarlo.

Calle tras calle esquina tras esquina
decenas de rayas sin pisar
y el corazón aún sin fallar
ningún auto en la vereda
la casa roja a la distancia
la puerta verde
la puerta verde de la casa roja
delante un quejido y se abre
rápida
tras un quejido se cierra
urgentemente el vacío
frío
oscuro
la mas fría y  oscura casa roja del mundo
también sorda
y ciega

El colchón...

Puta
sucia
maldita tu carne
pecadora tu sangre
satanás engaña
estúpida

Palabras incomprensibles
manos gigantescas
duras
hija del demonio tiene sentido
vaho caliente vino tinto
lengua
golpes
daño

Caminan la hija y el mas mentiroso de los hombres del mundo en silencio. Esta vez ella a mas de dos pasos, a tres, a cuatro de  esos zapatos limpísimos que forzosamente recuerdan una madre lustrándolos. El dolor la ocupa entera. Sin embargo vuelve a intentar no pisar las rayas de la vereda porque podría ser que un ataque al corazón o un auto descontrolado lo mataran.

Y ahí mismo, tirado en la calle de un día miércoles, el diablo se lo llevaría.

Verónica Quense
Diciembre 2013

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