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PUNTADA CON HILO, COMUNICACIÓN DE MUJERES, fue un periódico en papel que circuló en los años '90. Nos definimos feministas y "con perspectiva de clase".

Salíamos mensualmente en todo chile, también llegábamos a otros países latinoamericanos. A organizaciones de base, tanto de mujeres como mixtas, llegábamos sin costo alguno o hacíamos un trato: una sola suscripción a cambio de varios ejemplares cada mes. Las ONGs e instituciones en cambio debían pagar sus suscripciones completas.

PUNTADA CON HILO se destacaba por un lenguaje directo, cercano, claro y por manejar como sus fuentes primarias los testimonios de las propias mujeres, sus experiencias, sus formas de evaluar los acontecimientos políticos y sociales, sus denuncias, sus ideas y elaboraciones políticas y culturales. Las "autoridades" en diversas materias, no pasaban de ser un apoyo secundario -tal como las estadísticas e informes oficiales-.

Denunciamos la falsedad de la llamada "vuelta a la democracia", las manipulaciones de los partidos políticos, rechazamos la instrumentalización de la lucha popular que hicieron -y hacen- la mayoría de las ONGs e instituciones -con honrosas excepciones-. Destacamos el feminismo popular, la mirada de clase y nos esforzamos por no caer en la sobreideología que daña -desde nuestra perspectiva- las luchas sociales. Hablamos mucho desde lo íntimo y desde los procesos que hacemos las mujeres en lo personal que es lo que realmente -estamos seguras- construye lo político cuando hay organización.

jueves, 12 de abril de 2018

MI CARTA, REFLEXIÓN, RELATO... SOBRE “RUPTURAS” “COMUNITARIAS”



Salimos escapando de la violencia en lo íntimo, lo personal y lo público
X victoria aldunate
Debí comprender cuando no vi ningún animalito en esa casona que no era un lugar para mí… Debí comprender cuando la contestadora decía: “Te has comunicado con la comunidad…” y miraba a mi alrededor y no había comunidad alguna… Pero no quise comprender…
Ya en el principio del fin, hice mis cajas de libros y las dejé listas para enviar, yo no tenía plata para ello.

Vendimos todo lo que habíamos comprado, y con eso logramos pasar la frontera por tierra (que los pacos no preguntaran demasiado)… En el bus al pasar el límite, recuerdo que nos abrazamos, antes habíamos discutido como varias veces, de puro estrés y miedo. También recuerdo que unos días antes nos habíamos abrazado en la calle, de noche - ya no recuerdo los nombres de la calles porque los he querido olvidar. Pero habrá sido Mariscal…-. Estaba anocheciendo y la calle especialmente desierta. Nos dijimos: estamos solas acá y tenemos que escapar. Vamos a salir, prometí.
Hablo de mi hija y de mí. Ella había sido detenida en el marco de denuncias que ella y otras hacían al montaje del Estado boliviano y su Gobierno contra jóvenes anarquistas prisioneros políticos en ese tiempo.

Pasé por fiscalías esperando que las jóvenes declararan, y busqué comida vegana –algo muy difícil en La Paz- para llevarle a las chicas detenidas –todas animalistas-. Había hablado con una madre enojada para que comprendiera que su hija había sido detenida injustamente, madre con la que después nos hicimos buenas conocidas (no hubo más tiempo para ser amigas y lo siento).
La noche que nos abrazamos con mi hija en la calle con incertidumbre fue luego de una larga reunión con abogados que me habían recomendado no escribir más mis artículos sobre Bolivia, borrar mi disco duro completo y quemar cualquier ropa que las chicas que habían sido liberadas recién hubiesen usado en la marcha de apoyo a las comunidades del TIPNIS…

Tuve miedo, ya he vivido dictaduras y eso era lo mismo, pero peor: sin Vicaría de la Solidaridad, sin un fuerte Movimiento social que apañara, siendo extranjeras, específicamente “chilenas” por cédula de identidad justo cuando el montaje hacía la relación entre anarquistas chilenos y bolivianos. Otro dato más, no menor, era que los movimientos “progresistas” latinoamericanos le colocaban toda la fianza a Evo –lo siguen haciendo-. ¿Podría ser que nadie en el mundo político de las izquierdas, nos escuchara? Sí podía ser, era, es, fue y sigue siendo.

Y la peor paradoja: Las feministas de La Paz del “Feminismo Comunitario”, nos habían dado vuelta la espalda desde lo íntimo a lo público.

En lo íntimo, Julieta Paredes que hasta ese momento –disque- hacía pareja conmigo, cuando le encaré la detención de mi hija y otras dos jóvenes por su gobierno, dijo: “¡Y quién mandó a tu changa a meterse en eso!”, revelando por fin todo el desprecio que le tenía. Es que la mujer adulta que es –descubrí con el tiempo- no tolera a las jóvenes contestatarias… imagino que envidia –a falta de juventud propia- a las jóvenes fuertes, plantadas en sus pies, que confrontan y debaten. 

Mi hija, de sólo 18 años entonces -que a los 15 alguna vez la había admirado, una adolescente a la que Julieta había manipulado en el pasado para que yo no la abandonara luego de las primeras agresiones-, mi hija “era peor” que yo, y estaba en el ojo de su huracán violento. (Lo que finalmente, a mí me enorgullece de mi hija: que sea de las peores, de las que no se doblegan y de las que se rebelan).

Fueron tiempos en que yo estuve amarilla de furia. Y es que yo imagino que las furias, esas mujeres depositarias de la venganza ante hechos deleznables, deben haber sido enteras amarillas, pues sus hígados no pueden haber tolerado tanta ira. A mí, la ira de la humillación, de la vivencia de violencia, de la culpa de haber llevado a mi hija hasta allá, me embargaba. Fue un síndrome hepático autoinmune que se tomó mi cuerpo explícitamente. Podía morir y no tenía fuerzas.

En lo personal, la Asamblea feminista comunitaria de La Paz no sólo toleró la violencia machista que vivimos mi hija y yo, si no que la socapó (una palabra que aprendí concretamente en Bolivia). Entre otros hitos, la última vez que les vi a varias feministas comunitarias juntas, fue el día que fui a rendir cuentas y a entregar mi trabajo en un proyecto de Casa de Acogida que creo que no llegó a ser –aunque no lo sé realmente-.

Fue en el Café Carcajada: En reunión en una mesa, varias y yo, una de ellas increpandome no recuerdo qué… En otra mesa Julieta siendo calmada por otra comunitaria, pues al pasar por mi lado había dicho algún insulto. Debo confesar que no recuerdo exactamente qué dijo o hizo, pues parece que en mí era mayor la impresión de estar viviendo eso. Recuerdo que otra comunitaria me dijo con una actitud que me pareció de vergüenza entonces: “si quieres te vas no más Victoria…”. Yo, terca como soy, dije que no, que terminaría de rendir cuentas y sólo entonces me iría. Al salir, luego de entregar el respaldo de cada peso gastado en ese proyecto, y haber dicho que me iba y ya no quería nada con ellas ni de ellas… Una integrante me fue a dejar a la puerta y me dijo algo como: “Sí, es verdad, Julieta ha sido muy machista, mejor que te vayas”. A esas alturas, ni respondí.

Lo que viví dentro de ese lugar tan denso, me mantuvo confundida un buen tiempo: Habían sido 8 ó 10 feministas comunitarias participando silenciosas y cómplices del agravio y humillación a otra feminista que había sido, hasta ese momento, una compañera de ellas (yo).

En lo público, hubo avisos anteriores que no valoré ni sopesé, donde otra líder comunitaria fue testigo de una escena violenta de Julieta contra un taxista, en la que yo viví su violencia celotípica, ya que ella había visto algo mío con el taxista (¡!), y la otra líder del Feminismo Comunitario, no sólo se lo calló, sino que al parecer le habría dicho a Julieta que “estuviera tranquila, que ella no hablaría del hecho” (esto, según la propia Julieta me relató, días después, cuando la increpé por la escena). Imagino que la mirada de la otra líder feminista comunitaria es de esas “percepciones” que creen en la ”Violencia Cruzada”… (¿O tal vez ni eso, sólo compartir el Poder?).

Escuché varias veces improperios machistas y xenofóbicos y muy ofensivos políticamente para una mujer como yo, ex presa política de la Dictadura de Pinochet, feminista de clase, autónoma y antirracista desde antes siquiera de saber de la existencia de Julieta, ni de comunitaria alguna.
Hace casi tres décadas, con otra compañera (Beatriz) acá en este territorio de Walmapu, ya habíamos creado un periódico llamado “Puntada con Hilo” y hablábamos de “puntadas” y “tejidos”, de “Nuestra Historia”, “Política de Mujeres” y de que “las Mujeres somos la mitad del mundo”, etc.
En ese tiempo nos negaron e invisibilizaron otras feministas, de hecho ni nos nombran en los recuentos institucionales, ni en los alternativos tampoco, pero ella, Julieta Paredes, directamente, ni aparecía en mi mapa.

En la vida parejil, íntima, personal y pública, las actitudes dogmáticas de Julieta tiñeron sus agresiones contra mi hija y contra mí con lugares comunes que definen como “su enemigo” a toda la que no coincide con su percepción y expectativas.

Basaba su xenofobia racista en el color que ella le imprimía a nuestras apariencias, y también –más de una vez- en lo que decía nuestra tarjeta de identidad por nacionalidad. Aunque después se disculpaba y decía que “amaba a todos nuestros pueblos”, cosa que me costaba entender, pues no tengo patria –desde que recuerdo-, no tengo bandera, no me creo chilena, hablo de clase y territorio, y creo en la memoria y la historia íntima, individual y colectiva.

Junto con todo esto –y más-, lo más doloroso –en lo íntimo, personal y público- para mí fue la detención de mi hija luego de su participación política feminista y antirracista en la marcha que duró mes y medio desde el TIPNIS a La Paz. Una represión burda y cruel a ella y a otras por parte del Gobierno apoyado por el “Feminismo Comunitario”. Y las feministas comunitarias no se quedaron atrás en crueldades, al menos en nuestro caso, cuando –desesperada- les solicité explícitamente apoyo en cosas concretas como presentar unos documentos que aliviarían la causa, no dijeron que No, pero luego de decir que “sí, que ya, que tratarían”, ya no contestaron más sus teléfonos.

Luego de eso yo tampoco, nunca más, contesté sus llamadas ni mensajes electrónicos, partiendo por su líder. (Eso hasta hace un par de semanas que me llegaron las denuncias a mi correo electrónico).
La memoria e historia sería inmensamente larga, y así como han salido retazos en algunos de mis poemas, cuentos, artículos, talleres, alguna vez será completada, pero no esta vez.

Hay muchísimo más que decir, no soy la única que vivió esto, también está mi hija –es otra perspectiva, desde otra edad, otro cuerpo, otro lugar-. En lo que sí estamos de acuerdo ambas, mi hija y yo, es en que fue violencia la que nosotras vivenciamos en La Paz de parte de las feministas comunitarias, siendo nosotras –ambas- también feministas.

… Comprendí que eso no iba a cambiar y que se iba a repetir con otras, el día que oyó que yo la dejaría, entonces llegó a torturar a mi hija no dejándola estudiar, gritando, tomando, insultando... Llevé a mi hija a una pieza conmigo y nos encerramos mientras le pedía perdón por todo eso. Teníamos miedo y oíamos como quebraba los vidrios del primer piso y profería improperios… Los quebró todos. A los días pidió perdón. Siempre lo hacía. Esa vez le dije que sí por miedo a su venganza y comencé a planear en silencio nuestra huida… luego vino el montaje y todo lo dicho anteriormente.

Siempre me defendí, nos defendí, defendí a mi hija con palabras (que no me faltan). No soy buena, pura ni dulce. No violenté, sí discutí, debatí, estuve en desacuerdo, dije que NO. Le mostré que lo que hacía era violencia. Entonces “me lo merecía”. Es que “Yo miraba a sus amigos”, “Iba a volver a los hombres”… “la dejaba en vergüenza con las cosas que escribía”, “debía callarme mis opiniones porque no soy boliviana”, “le había quitado el grupo de Cochabamba –como el grupo era de ella-“… en fin...

Esta historia feminista antirracista tiene un aspecto sanador también. Las compañeras feministas de Cochabamba jamás me abandonaron, pese a no saber mucho de lo íntimo, pero sí conocerme, quererme y respetarme, y algo importante también: junto con ellas, casi cuatro años, hicimos feminismo autónomo contra la violencia machista en lo íntimo, personal y lo público. Estuvimos en la calle y pronunciándonos contra violencia machista y racista del Gobierno de Bolivia.
Gracias a esas compañeras y a dos compañeras de La Paz -no las nombraré para protegerlas-, obtuvimos los documentos que necesitaba mi hija como extranjera para que la liberaran y salimos de Bolivia. Antes, se me habían cerrado todas las puertas laborales. De las compañeras de Cochabamba recibí dinero para el médico, para comer y pagar cuentas los últimos días que estuvimos obligadas a habitar la casa de Julieta. (Suerte que ella ya no estaba. Se había ido, yo lo agradecía, aunque sólo mucho después me enteré por qué. Se había ido porque ya desde antes de terminar nuestra relación – y agradezco a quien corresponda- se la había llevado una nueva vida parejil, como es su ideal de vida. 

También me enteré hace poco que mis libros queridos llegaron de vuelta a mi casa gracias a una compañera del Feminismo Comunitario que los llevó a Arica).

Mi madre, siempre con nosotras, nos pagó los pasajes de vuelta a casa. Mis compañeras históricas feministas autónomas de memoria feminista, de kallejeras, y mis lamngen de santiago y walmapu, nos recibieron y nos sanaron en lo concreto y en lo simbólico. Mi amigo Jano me reparó computadores. Con sus flores la Marcia Mashi, con sus imánes y la medicina alternativa la Erika, con la publicación de mis libros y fanzines la bella Nataly, con sus exámenes médicos y recomendaciones la Berna, con su amistad la Ceci, con su cariño la Shana, la Yoya. Actualmente varias más, compañeras que me buscaron y me invitaron a llevar adelante talleres y acciones desde que volví hasta hoy, aunque había –y hay por parte del “Feminismo Comunitario” y sus “tejidos”- serias restricciones para que se me invite a cualquier parte.

Es difícil hablar de lo sanador sin recurrir otra vez a lo enfermante: El desprestigio y el ostracismo, el silencio y la indiferencia en lugar del debate político, son prácticas políticas que siempre se aparean heterosexualmente con el masculinista matonaje y caudillismo, aunque surjan de mujeres. (Por ejemplo el “Primer Encuentro Lesbofeminista del Sur” en Concepción para el cual mi palabra fue omitida*... en Lo Hermida donde fue malquerida y malvenida –y cómo no!!!-, y en Temuco en un momento. Yo, acostumbrada a ser malquerida, lo sobrellevé, y apareció otro Lo Hermida, otro Concepción y otro Temuco… Así es todo, pasa agua bajo el puente, la gente cambia, observa y reflexiona. (Primero pregunte, le recomiendo, no tome partidos antes de tiempo, que los Partidos son masculinos siempre, aunque se vistan de mixtos y de feministos).

Debo decir, que siempre me hizo ruido cuando mujeres que misóginamente odiaban al feminismo y a las feministas -tal vez desde su propio dolor femenino-, solían decir cuando escuchaban a Julieta Paredes declamar su discurso: “Este feminismo sí me gusta, este sí, el otro no…!”. Parecía que el Feminismo radical, el feminismo materialista, es lesbofeminismo, el feminismo autónomo, el feminismo anarquista, históricos todos, con memoria, seguían encarnando en la comprensión del discurso comunitario de esas mujeres, un “feminismo malo”, mestizado políticamente, de brujas, locas, putas, lesbianas, bigotudas y peludas, poco femeninas, separatistas… y el otro en cambio, el presentado por Julieta era… ¿“el puro”?... 

Complejo porque muchas de esas mujeres no trepidaban luego, ya “empoderadas, en afirmarse desde las políticas de “Género, Equidad, Igualdad de Oportunidades, Empoderamiento, Derechos Reproductivos…” y toda esa ingeniería política generista neoliberal, colonial y colonizadora.

Todo cae por su propio peso. ¡Sabias era mi abuela y es mi madre que me enseñaron esto, y así aprendí a manejar mi impulsividad y frustraciones. Esperé tranquila. Era cuestión de tiempo.
En lo personal, decidí contarles hace unos años a lesbofeministas de Temuco y hace poco a lesbofeministas de Memoria Antirracista. También a un compañero y a algunas compañeras de trabajo, que son también compañeras políticas. Hace mucho lo había relatado íntimamente a mi amiga Marcia Mashi y a mi amiga Cecilia, a la compañera Nataly y lo habíamos hablado como compañeras con Francia. Y por su puesto con Paola Melita.

Lo había denunciado políticamente en poemas, cuentos, artículos y talleres, desde otras perspectivas y desde hace años (siempre escuchó la que quiso escuchar).
Sería bueno hablar por fin, políticamente, de nosotras, oprimidas-opresoras, nada de pureza, todo de memoria; de nuestros narcisismos colectivos y sociales que distorsionan percepciones y producen dolor con discursos que pisotean las vivencias.

El mundo No nos debe todo, y no comienza ni termina en el ombligo de nuestras opresiones. Gracias a todas las diosas paganas, la Ideología no es Vivencia.

Lo personal es político, como siempre ha sido.

Agradezco a las feministas comunitarias antipatriarcales, el envío de los documentos de la ruptura del “Feminismo Comunitario” hace ya un tiempo, haberlo hecho público y habernos dado esta oportunidad de debate y reflexiones feministas.

Con mi hija sentimos su dolor pues lo vivimos antes que ustedes y no hace mucho me enteré que otras también lo habían vivido antes que nosotras. Y como me dice Nataly: “otras lo estarán viviendo con otras mujeres y hombres de sus movimientos políticos (Nada nuevo bajo el sol).

Victoria Aldunate, lesbiana feminista antirracista, escritora y terapeuta


* ( Sobre el “Primer Encuentro Lesbofeminista del Sur” en Concepción, mi palabra que -entiendo- es sólo una entre muchas, sí fue omitida. Desde mi perspectiva, fue una omisión política, aunque no en lo formal, ya que recibí correos informativos. Creo que es una conversación que podemos tener políticamente con las compañeras que lo organizaron en ese tiempo y que sería deseable ampliarla a una mirada sobre qué palabras omitimos, desde que convicciones, ideas, etc. El tema de esta de esta nota relato personal es otro y por ello, dejo hasta acá mi aclaración).

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